La Construcción del Convento e iglesía de Santo Domingo en Huéscar, por Jesus Daniel Laguna Reche
Fueron los frailes dominicos quienes tuvieron la iniciativa en la creación de una comunidad monástica en Huéscar, en el lejano año de 1547, según noticia del siglo XVIII. Desde entonces y por espacio de poco menos de tres siglos, hasta que fuese disuelta por las leyes de desamortización del ministro Mendizábal, en 1835, la comunidad de dominicos de nuestra ciudad, junto a la franciscana -fundada en 1602 - y la de monjas de Santo Domingo -fundada en 1612 - ayudó a los curas a atender las necesidades espirituales de los ciudadanos, entonces súbditos, que eran muchas.
Pronto empezaron las obras de construcción del convento y su iglesia, que se prolongarían hasta el siglo XVII, y pronto también arraigó en esta tierra la Orden, de manera que sus frailes recibieron a lo largo del tiempo multitud de mandas, donaciones, encargos de misas, memorias, capellanías, etc. La devoción popular, que conoció su auge en la época de esplendor de nuestro convento –siglos XVI y XVII- llevó al establecimiento en sus estancias de al menos cuatro cofradías –del Niño Jesús, de Nuestra Señora del Rosario, de San José y del Dulce Nombre de Jesús[iv]-. Personas destacadas de la época costearon la construcción de varias capillas, hicieron donaciones varias para mejora y aumento del culto divino, y eligieron la iglesia dominica para descansar en paz.
El convento de Santo Domingo jugó un muy importante papel en la ciudad durante toda su existencia; fueron sus frailes grandes predicadores, si no en calidad sí en cantidad, y su iglesia se convirtió, en virtud de las referidas hermandades, en centro de multitud de celebraciones de las fiestas de san José, el Corpus Christi, la Virgen del Rosario, etc.
La piedad de la gente de siglos pasados, capaz de inventarse cualquier cosa con tal de salvar su alma y no salir muy quemado del Purgatorio, permitió a los frailes dominicos de Huéscar la erección de un imponente edificio que, después de haber sobrevivido a más de cuatrocientos años de historia y dos guerras devastadoras, teme más al desinterés de las instituciones y la incultura que al paso de los siglos.
La Guerra de Independencia supuso para los dominicos de Huéscar y su casa un brutal golpe del que no era fácil recuperarse. El convento sufrió hacia 1809 el expolio de sus bienes para servir al rey, que al fin y al cabo era el representante de Dios en España y su jurisdicción, según la ideología del Antiguo Régimen. Por si no tenían bastante los frailes, cuando los soldados franceses pisaron Huéscar no tardaron en cumplir con su costumbre de destruir los archivos, práctica muy propia de liberales, quienes en nombre del progreso destruían la memoria colectiva escrita en papeles y pergaminos. El archivo del convento fue destruido y el edificio saqueado, por si acaso en las anteriores incautaciones se habían olvidado algo.
Como un espejismo fueron los últimos veinte años durante los cuales los frailes pudieron cumplir con su dedicación; cuando todavía trataban de sobreponerse de la Guerra de Independencia llegó la fatal decisión. Un Real Decreto de 25 de julio de 1835 ordenaba la supresión de todos los conventos masculinos con menos de doce religiosos profesos, y afectaba a los dos de Huéscar, Santo Domingo y San Francisco, que tenían tan sólo cuatro y siete habitantes respectivamente. Posteriormente el ya ex convento fue utilizado como granero, cárcel, depósito, teatro y vivienda improvisada de familias pobres.
Quedan ya muy lejos aquellos tiempos en que nuestro convento era punto de inicio y término de procesiones, o cuando en su iglesia se cantaban oficios divinos y se llenaban sus capillas de retablos y objetos de culto. Testigos mudos de aquello son sus muros, su coro y su maravillosa armadura de madera, a la espera de que los organismos se acuerden de ellos y cumplan con la promesa de la restauración, de la que sólo se acuerdan cuando es políticamente correcto.
Actualmente, cuando hemos de suponer que la gente es más culta que en otros tiempos, todavía no se le ha encontrado al edificio una utilidad, y quién sabe si alguna vez veremos su merecida restauración, para que todos podamos admirarlo, conocerlo y disfrutarlo, y que no tengamos que verlo derribado y expoliado, como el resto del patrimonio histórico y artístico civil de la ciudad de Huéscar.